¿Es posible que convivan y actúen en un solo cuerpo un cristiano y un político? ¿Sería posible sin que el político destruya al cristiano o el cristiano anule al político? ¡No sería como meter una paloma y una serpiente en el mismo costal sólo porque Cristo dijo que seamos mansos como las palomas y astutos como las serpientes? Hablamos de una persona que asume el cristianismo en su dimensión integral, como una doctrina ético-religiosa, inmanente y trascendente. Porque bien es posible que se tomen los valores éticos del cristianismo como guía de la conducta pública y privada, dejando su dimensión religiosa para la vida privada. Es decir no confesarse públicamente como miembro de una confesión religiosa y, menos, decir que Dios le ha pedido a alguien que se relance a la lucha por el poder.
Hay que recordar que el Cristianismo, aunque su práctica puede tener consecuencias políticas, no es una doctrina creada para orientar la lucha por alcanzar y ejercer el poder. A Jesucristo se le acusó y condenó por político y por transgredir la religión Judía al declararse hijo de Dios y Rey de los judíos, aunque frente a tales recriminaciones declaró que su reino no era de este mundo y que había que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, separando claramente la política de la religión como para que nadie confundiera una cosa con la otra.
En lo que la política coincide con el cristianismo es en los fines éticos. La primera tiene como fin el bien común, es decir la creación de las condiciones materiales e inmateriales para que las personas individual y colectivamente puedan vivir dignamente, y el cristianismo manda amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Este amar al prójimo no sólo se mide por la relación de persona a persona, sino por la contribución que hagamos al bienestar de todos, dimensión social en la cual se tocan el cristianismo y la concepción de la política que heredamos de los griegos como el más noble servicio a la comunidad.
Al contrario, donde el cristianismo se aleja de la política es en su concepción de lucha por alcanzar y disfrutar del poder por parte de un grupo en perjuicio del bien de todos. La Constitución, al ordenar que para ser candidato se requiere ser del estado seglar, es decir no desempeñar funciones religiosas de carácter jerárquico, tiene claramente la intención de separar la religión de la política con un solo propósito: evitar que se manipule la conciencia religiosa de la gente con fines político-partidarios o que las religiones utilicen el poder para confrontarse como ocurrió en las famosas guerras de religión en Europa.
Hay otros dos criterios que impiden a la religión caminar de la mano con la política: el carácter absorbente de ambas actividades y su diferente naturaleza. En cuanto al primer criterio cabe la frase del Evangelio de que nadie puede servir a dos señores al mismo tiempo, porque quedará mal con uno o con el otro. La religión exige entrega total y la política, también. El celibato en la Iglesia Católica responde a esa exigencia de entrega total. La política, entendida en su dimensión ética, también es absorbente. En cuanto a la naturaleza de ambas actividades, la política es una actividad cuyos fines son exclusivamente terrenales, porque el ángel que quiso hacer política en el cielo al disputarle el primer puesto a Dios, fue expulsado y todavía dicen que anda por ahí buscando almas para su partido. El cristiano, en su dimensión religiosa, tiene un pie en la tierra y el otro en el cielo, porque trabaja para hacer que el ser humano se reconcilie con Dios y recibe de esa manera las promesas contenidas en el Evangelio de Cristo.
Max Weber, en su librito el Científico y el Político, señala otro criterio para marcar la diferencia ente la política y la religión, entre el político y el profeta. Dice que el primero se rige por la ética que él llama de responsabilidad y el profeta por la ética de la convicción. Eso significa que el cálculo en lo que dice y hace es inherente a la conducta del político porque no puede decir o hacer sino aquello que favorece a los intereses que representa, es decir los intereses de su nación. Si algo puede perjudicar esos intereses o sus propios objetivos, está obligado a callar y si su ética no es muy fuerte, a mentir.
El profeta, por el contrario, no es una misión a cargo de un hombre, sino un hombre entregado a una misión que lo trasciende. El cálculo, aunque no esté ausente del todo como se vio cuando Cristo evadió caer en las trampas que se le tendían y que pudieron haber interrumpido prematuramente su misión, no es lo más importante. Su destino es el martirio, sellar con su vida el testimonio de vida entregada a cumplir un mandato divino. El político, aunque diga que está dispuesto a morir por sus ideas, sólo excepcionalmente llega al sacrificio. Cuando un político –cristiano dice con el ALBA hasta la muerte, se está confundiendo la vocación de martirio por la causa de Dios con un objetivo político de poca trascendencia, se está poniendo la ética del profeta donde debe estar la ética de la responsabilidad de que habla Weber.
¿Es realmente incompatible el cristianismo con la política? No necesariamente siempre que la lucha por el poder se revista de la ética necesaria y al ejercer el poder se tenga presente que el mismo es un medio para servir y no un fin. Siempre que no se manipule la conciencia religiosa de la gente para fines personales o de grupo. Requiere por parte del cristiano- político una absoluta coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace, incluso entre lo que hace ahora, lo que ha hecho en el pasado y lo que hará en lo porvenir tanto en su vida pública como privada. Si no es así es mejor que no se intente servir a dos señores al mismo tiempo, a Dios y al Estado. ¿Entiendes, Méndez?