Así decimos por costumbre.
Cada quien será feliz en la medida en que quiera y pueda serlo. Y hay algo más : la felicidad que se funda en factores externos y cambiantes, siempre será efímera. Y todo lo que ofrece la sociedad, el mundo, es cambiante: la riqueza, el poder, la fama, el prestigio, la salud y ahora hasta el conocimiento, porque hay verdades que fueron, pero ya no lo son y por más que nos actualicemos no estamos seguros de tener la verdad en cada rama de la ciencia, de la filosofía y menos en la teconología que es un medio que los tecnócratas confunden con un fin. Después de la frustración que causó en los griegos antiguos la destrucción de las polis, algunos filósofos ( el más famoso fue Diógenes que vivía en un tonel como el Chavo) fijaron la felicidad en el rechazo a todos esos factores externos y trataron de encontrar la fuente de la felicidad dentro de sí mismos y en la búsqueda de verdades que no tuvieran que ver con nada material.
Los romanos, que destruyeron a las polis griegas después que lo había hecho Alejandro, cayeron en el mismo hastío después que se hartaron de poder, de riqueza, de fama y de meterse placer por todos los hoyos del cuerpo. Esa era la situación que vivía el mundo llamado civilizado cuando nació Cristo. Por eso su doctrina fue aceptada fervientemente por unos y rechazada por otros. La rechazaron los judíos porque esperaban un Mesías que encarnara los poderes del mundo para enfrentar al superpoder de su tiempo, los romanos, pero lo rechazaron quienes todavía no estaban hartos de riqueza y de poder. No podían aceptar a alguien que se decía hijo de Dios y que además de haber nacido en un pesebre nunca tuvo nada material que le fuera propio, ya que confesaba que mientras lo animales del monte tienen sus cuevas el hijo del hombre no tenía dónde reclinar su cabeza.
Ofrecía algo que no les podía interesar más que a quienes nunca habían sido ricos ni poderosos o a quienes habiéndolo sido habían alcanzado el hastío suficiente como para buscar la felicidad en otras fuentes más profundas y duraderas. Ofrecía que a cambio de creer en El y en el padre que lo había enviado, se recibiría amor, perdón, alegría, confraternidad aquí en la tierra y, como de chascada ( lo que le da el pesero como regalo después entregar lo que el cliente ha pagado) la vida eterna que por cierto no empieza después de la muerte para quienes creen y viven el Cristianismo como debe ser.
Todo lo que ocurrió antes del nacimiento de Cristo fue como una preparación para su llegada. Todo el mundo civilizado de ese tiempo con toda su riqueza y esplendor, incluida la filosofía griega y sus repercusiones en Roma por su vertiente ética, incluida la religión judía, habían agotado sus posibilidades de satisfacer el ansia de felicidad y eternidad que late en cada ser humano. Pero eso no significa que todo el mundo estuviera listo para el cambio. Por eso Jesús concentró su atención en el pequeño grupo de sus apóstoles en vez de predicar por medio de
El Cristianismo nació como la única alternativa frente a quienes buscan la felicidad en las cosas materiales o en el éxito al estilo humano. El maridaje de la religión con la riqueza material, de antigua raigambre judía, la encontramos hoy en algunas corrientes religiosas que predican como prueba de la fe la prosperidad económica. Y no es que Jesucristo nos quiera ver miserables como se ha interpretado a veces aquello del camello y de la aguja, sino que con su ejemplo desde su nacimiento hasta su muerte lo que nos quiere enseñar es que frente a la grandeza de la vida que depende únicamente de hacer la voluntad de Dios, todo lo que se nos pueda ofrecer se queda pequeño.
Dicho lo que todos sabemos, la felicidad navideña sólo puede consistir en aceptar que el nacimiento que celebramos, la encarnación de Dios hecho hombre, es la única fuente de amor y alegría que no es pasajera, que no es egoísta y que sólo podemos alcanzar si nos vaciamos por dentro de toda preocupación que no sea hacer la voluntad de Dios. Lejos de mí la mojigatería de creerme santo ( aunque lo sea en plural) con actitudes externas al estilo de los fariseos o de ofrecerme como ejemplo a nadie o de ir por ahí viendo a los demás de arriba para abajo por creer que tengo ya el alma en el cielo, mientras el cuerpo sigue tercamente en la tierra. Creo que las exigencias de la fe cristiana son tan grandes que superan todo esfuerzo humano y que sólo pueden alcanzarse con una fe limpia, madura, adulta, que permita la presencia de Dios en nuestras vidas.
No quiero repetir feliz navidad, porque sólo será feliz quien haga nacer a Jesús en el pesebre de su corazón en medio de la vaca y el buey que seguimos siendo todos mientras no lo hagamos. Yo, en primer lugar.
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