Desde hace dos días tus pasos pequeños se pueden oír en los pasillos del cielo, Max Gil. Tu voz suave, respetuosa, no llega a despertar a los ángeles que habían designado para recibirte. Pequeño de estatura, pero grande en ideas y sentimientos, nos dejas una sensación de vacío y en mi caso también de preocupación. Cuando en la lucha por la vida caen los que han estado cerca de nosotros, caen los que han estado a nuestro lado, quizá es tiempo de empezar a prepararse en serio por el largo y definitivo viaje.
Te recuerdo sentado en las aulas universitarias junto a tus compañeros en la vieja Facultad de Derecho donde sirvo clases por obra y gracia de algunos amigos que han sido decanos. Fueron seis años, de 1964 al 69, el año de la guerra con El Salvador. Años juveniles, de alegres charlas, y de preocupaciones compartidas en períodos de exámenes. Tú venías de Olanchito, yo de Ocotepeque, pero llevábamos el mismo apellido. Desde entonces estoy investigando el origen y extensión de nuestro apellido, nacido en las tierras de Castilla, España, en la Edad Media, época de santos y héroes en defensa de la fe.
Tengo que pedirte disculpas por no haber asistido a tus honras fúnebres. Tú y mis lectores saben que me siento muy mal en las velas y los entierros de seres queridos. Prefiero pensar que siguen entre nosotros. Hago la broma que no asistiré a mi vela ni a mi entierro. Es que me daría mucha pena verme a mí mismo estirado en un cajón, mientras mis parientes y mis pocos amigos desfilan para mirar mi última expresión facial, reflejo quizá de disgusto por tener que partir cuando se tienen todavía proyectos e ideas sin realizar. Imagino que a ti te pasó algo parecido, porque eras relativamente joven.
Ya estás con otros compañeros de la promoción del 69 que te precedieron. Te verás en los salones del cielo con Héctor Manuel Rubí, quizá todavía empeñado en resolver los problemas agrarios en el INA celestial. Verás pasar a Bonifacio Carrasco (Facho) y a Sagastume, a Pinto Rossel siempre de saco y corbata. Calladito y arrastrando los pies para caminar verás a Riera y Medina, alias Buda. Te verás con nuestros buenos maestros: Rivera Hernández, elegante, bien vestido y con la cabeza inclinada por el peso de las ideas. A López Cantarero, adusto y repitiendo siempre que el Derecho es autárquico. A Pérez Cadalso, salpicando sus conferencias con chistes y anécdotas personales. A Gutiérrez Falla, cubano que quedó entre nosotros y que aún enfermo siguió sirviendo su cátedra de Derecho Mercantil. Verás a Cisne Guzmán que llegaba agitado siempre por el problema cardíaco que se lo llevó, pero que su cátedra de Derecho Civil era tan amena e interesante. Extiéndeles tus pequeños brazos y salúdalos que la cortesía aún en el cielo sigue siendo necesaria.
No sé si al final te sentiste realizado en tu profesión como abogado. Alguna vez comentamos lo difícil que es ejercer la profesión en Honduras donde se cruzan los intereses económicos, políticos y personales que impiden la recta aplicación de la ley. No sé si al final sentiste que el Derecho puede realizar los siete valores que le asigna Carlos Cossio: orden, seguridad, poder, paz, cooperación, solidaridad y justicia y que otros autores reducen a cuatro o sólo tres como Recasens Siches: seguridad, justicia y bienestar social. Tampoco pudimos comentar nuestra corta experiencia en la administración pública. Nuestras aspiraciones y frustraciones en el esfuerzo de que el funcionario y empleado público sea un esmerado servidor de sus compatriotas en vez de convertir el cargo en un puesto de mando y de provecho personal.
Siempre que nos encontrábamos me preguntabas que dónde había estado que no me habías visto. En realidad estuve cinco años fuera de Honduras, pero creo que aún en el país íbamos por caminos diferentes. Tú te dedicaste más a la carpintería del ejercicio profesional y permaneciste fiel a tu partido Liberal. Yo me involucré con un grupo de compañeros en el esfuerzo por promover el desarrollo de Honduras desde una perspectiva popular y cristiana que me llevó a actuar como cofundador de un nuevo partido político. Fue una mezcla de fe religiosa y romanticismo social de los cuales, a pesar del realismo que traen los años, no quiero arrepentirme y, al contrario, me siento satisfecho del sendero que escogí para mi vida.
Mira Max: No estoy de acuerdo con tu decisión de irte en momentos tan difíciles para la que fue tu Patria. En este año electoral y siendo tu sobrino candidato a la Presidencia de la República hubieras podido dedicarte como nunca a una actividad que tanto te apasionó: la política. Pero además mira cómo estamos en materia de inseguridad. La vida, el mejor regalo que nos ha dado Dios, no vale nada. Podemos perderla a la vuelta de cualquier esquina sin razón ni explicación posible.
Mira como nos dejas en materia económica. Al frente de una crisis de carácter mundial y que no sabemos cómo vamos a enfrentar. Afortunadamente el Presidente Zelaya se mantiene optimista y no ve la situación que otros avizoran. Sólo él sabe a qué se atiene. Como no fuiste hombre de poder político o económico quizá estarías como nosotros, sin poder hacer otra cosa que administrar con austeridad nuestros ingresos y esperar lo que se decida a nivel de los estados y de las organizaciones internacionales ¡Quién sabe!
Buen viaje, Maxito. Que Dios te reciba con todo su amor, porque en tu paso por la tierra no hiciste mal a nadie y, al contrario, fuiste amigo de tus amigos, compatriota preocupado por tu país y miembro de una familia de Santos cuyos descendientes todos son Santos. Espérame en el cielo para que volvamos a conversar sobre esto y aquello, mí querido compañero de aulas.
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