
Si fuera sólo para tomar posición frente a las alternativas del titular de esta columna, no valdría la pena abordar la discusión que se ha generado en torno de la visita del Presidente de Nicaragua a Honduras el próximo lunes para participar en la firma de ALBA por parte del Presidente Zelaya. Si lo abordamos es porque rompe el comportamiento normal de las relaciones entre los Estados e introduce criterios de carácter ético que llevan a vincular las relaciones políticas al comportamiento en la vida privada rompiendo la separación tradicional, cada vez más débil, entre la vida personal y la vida pública.
Las relaciones internacionales se rigen por las formalidades del mundo diplomático donde prevalecen las normas de la cortesía y del respeto a las normas del Derecho Internacional, ambas dimensiones normativas referidas a los aspectos externos de la conducta. En su contenido, las relaciones internacionales se determinan por el interés nacional, concepto difícil de definir en forma general, porque varía de un país a otro y aún en el mismo país en las diferentes épocas de su historia. La ética cala más hondo, puesto que va a la escala de valores y su traducción en las formas de conducta cotidiana de las personas y los grupos. Mientras el Derecho y la diplomacia se detienen en los actos externos, la moral nos juzga por dentro y nos acompaña siempre, aún en el baño.
El asunto empezó en la reciente toma de posesión del Presidente Lugo en Paraguay. Se levantó un movimiento de mujeres en contra de la visita del Presidente Ortega, por haber sido denunciado por su hijastra hace varios años por violación continuada. Normalmente la conducta ética o no ética de los gobernantes en su vida privada o pública se juzga a nivel interno siempre que no lesione en forma directa las relaciones entre los Estados. En este caso se trata de una reacción de grupos de la sociedad civil que tienen como propósito la defensa de la dignidad de la mujer y sus derechos. Por prudencia, la virtud más importante en el manejo del poder, el Presidente Ortega se abstuvo de viajar al Paraguay y no se sabe si adoptará la misma conducta en el caso de su anunciada visita a Honduras.
El pueblo de Nicaragua, a quien corresponde en primera instancia juzgar a sus gobernantes, parece que no le dio mucha importancia a la denuncia contra Ortega puesto que lo eligió para la primera magistratura de la nación y, por lo que puede verse, tampoco el hecho ha tenido mucha repercusión al interior de su familia. Esto en nada invalida o le resta importancia a la protesta iniciada en Honduras por la Organización de Mujeres por la Paz, Visitación Padilla, las conocidas Chonas. Si no logran otro propósito su acción tiene un valor testimonial a favor de su noble causa.
Es interesante que los grupos de izquierda, que reclaman la representación de todos los grupos preteridos de la sociedad incluyendo las mujeres, ahora se hayan inclinado por la solidaridad ideológica volviendo la espalda a los reclamos de las mujeres. En realidad no resulta tan extraño, porque tanto la derecha como la izquierda practican un relativismo moral que se acomoda a los intereses ideológicos, económicos o políticos del momento. Es bueno para los primeros lo que favorece a la revolución y malo todo lo que se le opone. Para los segundos es bueno todo lo que favorece al status quo, es decir a que las cosas sigan como están, y es malo todo lo que tienda a cambiarlo.
La ausencia de Ortega sería una sensible baja en los actos programados por el gobierno hondureño para darle realce a la firma de su adhesión al ALBA ya que los países que la integran son apenas cinco o seis con Honduras. La fuerza y representatividad de la organización, mecanismo o como se le llame, no depende tanto del respaldo interno que tenga en cada país miembro, sino del número de Estados que la integren. Hasta hoy es débil por cuanto sólo cuenta con los países cuyos gobernantes en forma personal son admiradores del Presidente Chávez y del modelo que ha diseñado para su país y, en algunos casos, sólo de sus petrodólares.
El hecho que comentamos nos vuelve a poner en relación con un tema tan viejo como la política y es la relación entre el poder y la ética. Platón consideraba que la política es parte de la ética y que el Estado tiene como propósito formar buenos ciudadanos. Aristóteles consideraba que siendo la política la reina de todas las actividades y las ciencias, la ética era parte de la Política, aunque en una relación muy estrecha. Tuvo que llegar Maquiavelo para que ambos campos, la ética y la política, quedaran divorciadas a tal punto que la actividad política y sus actores se orientan al éxito y frente a ese fin, todos los medios son buenos.
De Maquiavelo es también la teoría sobre la razón de Estado que consiste en que el Estado, en la consecución de sus propósitos, no tiene que regirse por las normas morales que valen para la persona individual, sino por lo que conviene a sus fines, incluida la guerra si es necesario. No sabemos cuáles son las concepciones que sobre estos asuntos tienen los dirigentes del ALBA. Si fuera la de Platón, que lógicamente no es, Ortega no sería invitado a los actos del lunes. Si fuera la de Aristóteles, en la cual pese a la preeminencia de la política, el poder y su ejercicio sigue sometido a las normas de la ética, tampoco. Sólo bajo la teoría de la autonomía de la política y la razón de Estado, escuela realista que prevalece en las relaciones internacionales, no habría ningún problema en que el Comandante de una revolución que ya no existe, asistiera a la fiesta del poder ciudadano el lunes 25.
En aras de las normas que rigen las relaciones internacionales, la cortesía internacional y el Derecho del mismo apellido en su rama diplomática, el Estado de Honduras y su gobierno, puede invitar a Ortega, como ya lo hizo, y éste asistir bajo la protección que se debe a los dignatarios extranjeros.
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