Colóquese bien en el ataúd, don Moncho, que vamos a platicar por última vez. (Lector amigo: el profesor Ramón Hernández fue mi suegro y decidió morirse el jueves a las 5.30 de la tarde, vísperas de las elecciones internas de los partidos tradicionales a los 96 años). Buen conversador como fue siempre usted, sé que no se sentiría cómodo si en su vela estuviera yo callado, viéndolo nada más. Usted sabe bien que a mí me angustian los velorios y los entierros a tal punto que he prometido no asistir ni siquiera a mi vela. Pero estoy aquí con usted. Mire que quedó guapo con ese traje azul recién comprado y su corbata. Parece que, como en otros tiempos, está listo para ir a las aulas a trabajar doble jornada por 90 lempiras mientras se desempeñaba como director y profesor de grado en una escuela que no era unidocente.
Hablemos de sus tres grandes pasiones: el patriotismo, la educación y el liberalismo. Podríamos agregar su amor platónico por todas las mujeres, porque en realidad su gran amor fue doña Benita, mi suegra, a quien ya debe usted estarle cantando las canciones de Julio Jaramillo para provocarle aquellas reacciones de enfado por haber sido el ecuatoriano un cantante declaraba su amor a una sola mujer y al mismo tiempo era un gran mujeriego. Lo que le parecía a ella una conducta poco recomendable. A usted le gustaba verle el gesto de enfado y por eso lo hacía. Se moría usted de risa, antes de morirse de verdad como ahora.
Póngase cómodo. ¿Por dónde empezamos? Mientras lo piensa, sigamos por sus grandes aportes a la educación. Se sentía usted orgulloso de haber fundado como supervisor en Valle más escuelas que las fundadas desde la independencia. Se atoraba de emoción cuando contaba que fundó escuelas en la zona fronteriza con El Salvador, porque los niños asistían a las escuelas salvadoreños y cantaban el himno a ese país. Su pasión por la educación lo llevó a ser supervisor en Yoro y en Islas de
Detrás de su vocación docente estaba su enorme patriotismo. Aunque le preocuparon siempre los problemas de Honduras y hasta el último momento estuvo pensando en soluciones a mi parecer un poco ingenuas y pasadas de tiempo, nunca permitía que en su presencia se hablara en mal de la patria ,de sus próceres, de sus símbolos y de los hondureños- Usted nació el mismo año en que se fundó Diario el Cronista, por don Paulino Valladares en 1912 y cuando después de la guerra con El Salvador este periódico en su última etapa explotó en sus editoriales el resentimiento por la invasión, salía usted muy temprano a buscar el periódico para que su corazón latiera al unísono con el pensamiento editorial de Alejandro, el hijo de don Paulino.
Hablemos ahora, como lo hacíamos siempre, de su otra gran pasión: El partido liberal. Mientras lo veo tranquilo en su ataúd pienso que si Dios se lo hubiera permitido se hubiera usted levantado a votar por alguno de los precandidatos en contienda. Con su hija Edda, mi esposa, hablamos de los tiempos que usted recordaba como sus épocas heroicas. Fue cuado Vicente Cáceres lo expulsó del instituto por sus ideas liberales. Cuando se negó a firmar el libro de oro. Cuando le tocó ir a vender naranjas en una carreta por habérsele destituido de su cargo docente por ser liberal. Pero no contaba esas cosas con resentimiento ni con odio sino más bien como quien cuenta una aventura agradable. Lo mismo pasaba cuando nos contaba que sus compañeros de parranda eran nacionalistas y cuando éstos ,pasados de tragos , le echaban vivas al General Carias usted, para no quedar mal, gritaba viva el General Electric y sus compañeros decían: hasta en inglés lo dice el profesor.
Su liberalismo también tenía vinculación con su patriotismo. Nunca fue liberal por estómago. Creía en el liberalismo como una corriente de pensamiento que le había traído y le traería sólo cosas positivas a Honduras. Cuando lo conocí en 1963 siendo yo un muchacho recién venido de mi pueblo a ejercer la docencia en Tegucigalpa y viniendo yo de una familia liberal, hasta me parecía que su liberalismo lindaba con el sectarismo como cuando le conté que una moto había matado a una gallina cuando venía yo a trabajar y me dijo que había que ver si la gallino no era de un liberal y la moto de un nacionalista. Venía usted de la época en que los liberales y nacionalistas se mataban discutiendo que el cielo era azul y la sangre, roja. Usted sabe que soy alérgico a todo sectarismo por ser un insulto a la inteligencia humana y divina.
No se atore de emoción, como lo hacía cuando algo le impresionaba mucho, porque voy a abrir mi corazón en esta conversación de despedida. Le doy gracias por su amistad sincera. Gracias por sus consejos: maneje a la defensiva. Ahorre. Gracias a ese consejo abrí mi primera cuenta bancaria con lo poco que ganaba. No contraiga deudas. ¿Cree, don Moncho, que debo hacer tal cosa? Su corazón es el carpintero. Se emocionaba usted cuando me miraba estudiar, escribir, trabajar y venir con la producción de mis cultivos en el campo, llevadas todas esas actividades con dedicación y esmero. Hasta llegué a pensar que se sentía orgulloso de mí, pero nunca hablamos de eso. Gracias por Edda porque no traía defectos de fabrica. Gracias por haber consentido que su hija Carmen se casara con mi hermano Raúl, pese a no estar probada todavía la calidad del primer yerno-
Estoy seguro que mañana, día de las elecciones, usted estará atento a los resultados por su gran amor al liberalismo. Póngase cómo y descanse en paz que su paso por la tierra sólo dejó buenos recuerdos. Hasta luego.
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